2 de nov. 2017

el llibre del mes, 4



“La víspera de su trigésimo primer aniversario, por la noche -era hacia las nueve, la hora del silencio en las calles-, llegaron dos señores a casa de K. Llevaban levita, eran pálidos y obesos, con unos sombreros de copa que parecían inmovilizados en sus cabezas. Tras una pequeña ceremonia junto a la puerta principal,  en la que ambos se cedían la preferencia para entrar,  esa misma formalidad volvió a repetirse en mayor grado ante la puerta de la habitación de K.  Sin que la visita hubiese sido anunciada, K.,  vestido también de negro,  permanecía sentado en un sillón cercano a la puerta y se ponía unos guantes nuevos,  muy ajustados en los dedos;  su actitud era la de quien espera visita.  Se levantó inmediatamente y miró a los señores con curiosidad.  «Entonces,  ¿son ustedes los que están destinados a mí?»,  preguntó.  Los señores asintieron; y cada uno de ellos, con el sombrero de copa en la mano,  señaló al otro.  K. se confesó que esperaba otra clase de visita.  Se dirigió a la ventana y volvió a mirar la calle oscura. Casi todas las ventanas de las casas de enfrente estaban también a oscuras,  y muchas de ellas tenían las persianas bajadas.  En una ventana iluminada del piso de enfrente,  había unos niños pequeños jugando tras una reja, e incapaces aún de moverse con facilidad de sus puestos,  se buscaban unos a otros con las manitas como andando a tientas.  «Me mandan viejos actores de segundo orden»,  dijo K.  y miró a su alrededor para quedar aún más convencido. «Quieren acabar conmigo gastando lo menos posible.»  De pronto,  K. se volvió hacia ellos y les preguntó: « ¿En qué teatro trabajan?» « ¿Teatro?»,  preguntó uno de los señores al otro,  torciendo un ángulo de la boca de un modo convulsivo,  como pidiéndole consejo.  El otro se comportaba como un mudo que lucha contra un organismo refractario.  «No están preparados para que les hagan preguntas», se dijo K., y fue a buscar su sombrero.

Ya en la escalera, los dos señores quisieron ponérsele a ambos lados y tomarle del brazo, pero K. dijo: «Esperen a la calle, no estoy enfermo».  Sin embargo, en el preciso instante en que llegaron a la puerta principal,  le agarraron de un modo distinto a como jamás había ido K. con otra persona.  Apretaban estrechamente sus hombros contra los de él; no doblaban los brazos, sino que los usaban para envolver en toda su longitud los brazos de K.;  por debajo,  agarraban las manos de K. con una presión irresistible, con una habilidad profesional,  de gente bien entrenada. K. andaba con el cuerpo completamente rígido entre ellos; los tres formaban tal unidad que,  de haber golpeado a uno de ellos,  se habrían caído los tres. Era una unidad como sólo pueden formarla casi los cuerpos inanimados.”

El proceso
Franz Kafka
Traducció: Feliu Formosa
Alianza Editorial, 2002
pàg: 228-229


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