21 d’ag. 2017

llibre del mes, 11



“Mi madre tenía preocupaciones más urgentes. Además de la calidad y cantidad de la comida, le inquietaba el tiempo: habían previsto una nevada para esa noche, y por entonces ni mis padres ni sus amigos tenían coche. La mayoría de los invitados, incluido tú, vivía a menos de un cuarto de hora a pie, bien en los barrios que había detrás de Harvard, bien justo al otro lado del puente de Mass Avenue. Pero algunos vivían más lejos, y venían en autobús o en metro desde Malden, Medford o Waltham. «Supongo que el doctor Choudhuri puede llevar a la gente en coche a su casa», comentó acerca de tu padre mientras me desenredaba el pelo. Tus padres, a diferencia de los míos, eran un poco mayores, emigrantes curtidos.  Se habían marchado de la India en 1962, antes de que cambiasen las leyes que daban la bienvenida a los estudiantes extranjeros. Mientras que mi padre y los demás hombres seguían pasando exámenes, el tuyo ya tenía un doctorado e iba a su trabajo, en una empresa de ingeniería, en Andover, conduciendo su propio coche, un Saab plateado con asientos envolventes. A mí me habían llevado a casa en ese automóvil muchas noches, cuando alguna fiesta se prolongaba hasta tarde y yo acababa dormido en una cama ajena.

Nuestras madres se conocieron cuando la mía estaba embarazada. Aún no lo sabía; de pronto se sintió mareada y se sentó en un banco en un parquecillo. Tu madre estaba encaramada a un columpio, meciéndose suavemente mientras tú planeabas por encima de ella, cuando reparó en una joven bengalí con sari que llevaba bermellón en el pelo. « ¿Se encuentra usted bien?»,  le preguntó tu madre con una fórmula de cortesía. Te dijo que te bajaras del columpio y luego ella y tú acompañasteis a mi madre a casa. Fue durante aquel paseo cuando tu madre sugirió que tal vez la mía estuviese embarazada. Se hicieron amigas de inmediato y empezaron a pasar el día ¡untas mientras nuestros padres estaban trabajando. Hablaban de la existencia que habían dejado atrás, en Calcuta: la hermosa casa de tu madre en Jodhpur Park, con hibiscos y rosales que florecían en la azotea, y el modesto piso de mi madre en Makiktala, encima de un mugriento restaurante punjabí, donde vivían siete personas en tres habitaciones pequeñas.  En Calcuta probablemente hubiesen tenido pocas ocasiones de coincidir. Tu madre iba a un colegio de monjas y era hija de uno de los abogados más importantes de la ciudad, un anglófilo que fumaba en pipa y era miembro del Saturday Club.  El padre de mi madre trabajaba en Correos, y ella no comió en una mesa ni se sentó en un inodoro hasta que vino a América. Esas diferencias carecían de importancia en Cambridge, donde las dos estaban solas por igual. Aquí iban a hacer la compra juntas y se quejaban de sus maridos y cocinaban en nuestra cocina o la vuestra, dividiendo los platos para nuestras respectivas familias una vez que habían terminado. Hacían punto juntas y se intercambiaban las labores cuando una de las dos se aburría. Al nacer yo, tus padres fueron los únicos amigos que fueron a la maternidad. Me dieron de comer en tu antigua trona, me paseaban por las calles en tu viejo cochecito. “


Tierra desacostumbrada
Jhumpa Lahiri
Salamandra, 2010
Pág. 238-239




“La imagen de Aylan, el pequeño niño kurdo muerto a orillas del mar Mediterráneo en 2015, conmocionó al mundo por la impasividad de la comunidad internacional ante una guerra que desangra Oriente Próximo. El desierto del Sahara, sin embargo, sirve de fosa común a centenares de Aylanes sin que la impavidez de los actores internacionales ruborice a la gran mayoría. Un número inexacto de rostros invisibles yace bajo la arena africana tras sucumbir a muros imaginarios y otrora inimaginables que acortaron su travesía. Europa se repliega por el Este con acuerdos como el de Turquía, pero también por el sur, donde se esfuerza a base de inversiones millonarias en controlar los flujos en circulación por el Sahel.

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) estima que cerca del 90% de las personas llegadas a Libia transitarán por Níger este año, en un momento de revitalización de la ruta marítima desde el país magrebí, en la que ya han muerto alrededor de 3.000 personas en lo que va de año, los peores datos conocidos en un periodo tan corto de tiempo. El país saheliano se convierte así en un enclave de importancia geoestratégica, vital para Europa y prioritario en su lucha contra la migración irregular y el tráfico de personas. Por eso, precisamente, es el mayor beneficiario del mundo en ayuda europea por habitante en 2016, según el embajador de la UE en el país, Raul Mateus.

La Unión Europea es el principal socio del considerado país más vulnerable del planeta, según la ONU, y trabaja para “crear condiciones de vida dignas, desmantelar el tráfico y controlar las fronteras”, apunta su representante. Níger funciona así como el nuevo confín de la fortaleza cada día menos fuerte de Europa.  Si antes fueron Gaddafi y otros dirigentes autoritarios quienes se abonaron a la rentabilidad de erigirse como gendarmes de las migraciones, ahora nuevos cabecillas aprehendieron la elección, conscientes de su progresiva relevancia y de las necesidades de sus pueblos maltratados, histórica y paradójicamente, por los que ahora se presentan como financiadores ansiosos de barreras.

El Gobierno de Níger reclama más de 1.000 millones de euros para luchar contra la migración clandestina, mientras la Unión Europea ya desembolsó el pasado año 1.150 millones de euros,  gran parte destinada a combatir los desplazamientos clandestinos.  El máximo objetivo del viejo continente, en palabras de su embajador, es “dar alternativas a la gente para que pueda quedarse y no caigan en el anzuelo de los extremistas”. La perspectiva de desarrollo y seguridad guía la tarea de la Unión en un contexto de inestabilidad regional y expansión de grupos yihadistas tanto en el norte como en el sur del territorio, con ataques casi diarios del temido Boko Haram, y la fuerte y rápida penetración de la ideología salafista en toda la zona. Para enfrentarse al reto, Europa acaba de renovar el mandato de su misión civil de refuerzo y formación de operativos contra células terroristas. A su vez, trabaja también con la OIM para sensibilizar a favor de una migración “regular” y proyectos de retorno y reinserción en el país de origen. La responsable de programas de la organización en Níger, Fatou Ndiaye, asegura que dan asistencia a quienes lo necesitan, respetando el derecho universal a la circulación, y basándose, por tanto, “en la voluntad individual” a adherirse a sus acciones.

El esfuerzo internacional, explicitado en la Cumbre europea de la Valeta en 2015, para disuadir y frenar los flujos a través del fomento del desarrollo es diáfano, aunque el axioma es rebatible. Algunas dudas afloran en una mesa redonda en Niamey, donde actores de la sociedad civil nigerina, como Radio Alternative,  defienden la libre circulación de personas y reclaman el cumplimiento de los protocolos regionales e internacionales que la estipulan. Otros, como el responsable de migraciones de la cooperación suiza, Serge Oumow, cuestionan la máxima extendida de pensar que “cuanto más desarrollo existe, se producen menos migraciones”. Buena parte de la bibliografía académica sustentan su teoría al enmarcar los flujos en variables amplias más allá de aspectos económicos y de seguridad. También lo hacen intelectuales como el burkinés Antoine Sawadogo, quien pide a los organismos “no temer a la migración, sino acompañarla”. Las complejidades de los procesos migratorios se ejemplifican en los titulares diarios que certifican el único proverbio confirmado hasta ahora: la historia de la humanidad se basa en las migraciones y ningún muro, desierto o mar impedirá que así siga siendo.

 “Tengo muchos amigos en Europa que ayudan a la familia. Yo estaba en Guinea sin hacer nada y decidí emprender el viaje. Por muy mal que se esté allí, la situación nunca será tan difícil como la de África”. Directa y atronadora suena la revelación de Mahamadou, en una de las estaciones de buses de Niamey.  Abou, por su parte, no sabe ni tan siquiera si su objetivo es Europa. “Somos conscientes de que allí hay maltrato y que la situación en Libia es difícil, pero el camino sólo lo marca Dios”. A su alrededor, Saidou asiente y revela entre lágrimas su mayor deseo: abrazar a su madre. Lo hará pronto, ya que en pocos días regresará a Senegal, su país de origen, tras ser torturado y encarcelado durante meses en Libia. Él es uno de tantos que decide regresar a casa tras no alcanzar lo que buscaba. No descarta volver a emigrar en el futuro, pero por ahora prefiere recular. Su camino de retorno y su sufrimiento se entrecruzan con la ilusión y la determinación de muchos de sus compatriotas en dirección al norte que, lejos de ablandarse con su historia, mantienen el arrojo “de salir a buscar”.

Unos vienen y otros se van. Cada uno procura por su proyecto, sin que la sensación de grupo, aunque temporal, deje de invadir el ambiente volátil del lugar. Por cercanía nacional y/o lingüística, se dividen las tareas con ordenación sorprendente. Algunos cocinan, mientras otros barren o preparan el té. La autorización de dos días para quedarse en el apeadero se ha convertido para algunos en una parada demasiado larga. Mohammed lleva un mes esperando encontrar financiación para continuar. Ibrahim, Saigou y Mamadou, en cambio, siguen aguardando la repatriación por parte de la OIM. Ellos no han pasado por el centro de tránsito de la organización en Niamey, puesto que su aforo está completo. Sí permanece en él la familia de Abdelaziz que, entre colchones en el suelo y algunos ventiladores, es informada de la posibilidad de acceso a una prestación de reintegración en su sociedad de origen.

Más allá de la capital, en Agadez, la ciudad histórica convertida en intersección de las principales vías africanas, cientos de migrantes se alojan en otro centro de la OIM. Con capacidad para 300 personas, el espacio a las puertas del desierto acoge a “migrantes fracasados en su proyecto migratorio o a los que se dirigen a Argelia y Libia” procedentes de países de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), en especial de Nigeria, Gambia y Senegal, según su director, Azaoua Maman. Su cometido es informarles de los peligros de la ruta para desaconsejarles, aunque sin demasiada fortuna en su empresa. Por lo que respecta a los retornados, se les ofrece cobijo durante 72 horas, cuidados psicológicos, sanitarios y tres comidas al día, mientras se prepara su regreso.

“Fui detenido en Argelia, soy albañil y mi objetivo era montar un restaurante en Tamanrasset”, asegura Bayfal, procedente de la ciudad santa de Touba, en Senegal. Como él, Emanuelle, de Camerún o Djemé, de Burkina, probaron suerte sin encontrarla en Argelia, un destino revalorizado tras la caída de Gaddafi y el caos en Libia. Entre ellos, miles de ciudadanos nigerinos y de Mali, países fronterizos, también cruzaron las dunas hacia ese destino, con desventura desigual, según las frecuentes informaciones sobre muertes de familias enteras a las que nadie pudo salvar. Tampoco la OIM, a pesar de contar con centros en Arlit y Dirkou —enclaves imprescindibles de los recorridos— y realizar misiones al desierto para captar y asistir a migrantes vulnerables.

El aumento de estos flujos en los últimos años ha sido exponencial a la creciente peligrosidad del trayecto y a la degradación del tratamiento por parte de las autoridades argelinas, culminado en deportaciones masivas de migrantes nigerinos en virtud del pacto entre el Gobierno de Niamey y el de Argel de 2015.  La OIM niega su participación en ellas, pero admite la prestación de auxilio en los casos más precarios que, no obstante, configuran la mayoría de ellos.

Estas corrientes intra-africanas, a menudo estacionales y de matriz circular —ida-vuelta-ida— son mayoritarias, muy por encima de los desplazamientos más atendidos con destino Europa.  De hecho, el Banco Mundial establece que el 75% de los migrantes de los países al sur del Sahara emigran a países vecinos,  lo que desmitifica el discurso de “invasión” de inmigrantes africanos en costas europeas. El mismo embajador de la UE admite la proporción “residual” de ciudadanos nigerinos en el viejo continente, aunque enfatiza la importancia del país en relación al tránsito y a todo el negocio informal que de él se deriva. Ciertamente, los flujos tanto internos en la región, como internacionales que atraviesan el país, participan de una manera u otra del engranaje migratorio contra el que la Unión Europea dice luchar, afincado en buena parte en Agadez.

“Occidente no sabe nada, para ellos todos somos mafia”, afirma Sallé (nombre ficticio), pocas horas antes de embarcar en su todoterreno a veinte migrantes con destino a Libia. De etnia tubu y mediana edad,  lleva más de diez años haciendo de conductor entre Agadez y Sebha, en el sur libio,  de donde es originario. Tras dejar sus estudios de piloto, empezó su tarea como pasador durante los veranos y luego hizo de ella su principal actividad. Su tarea consiste en ponerse en contacto con el intermediario en Agadez, quien reúne y cobra el pasaje a los migrantes. A él se le paga la mitad de su sueldo antes de salir y la otra mitad a la llegada. Su función se limita a conducir, aunque a tenor de los riesgos que entraña el mar de arena, a nivel de clima, hacinamiento, falta de suministros, ataques de bandidos o antiguas minas desperdigadas preparadas para explotar, su tarea es la única garantía de vida para los migrantes. A ella se aferran, temerosos de que no les abandone en medio del desierto, como hacen con frecuencia otros transportistas.

“Los tratáis como mafia, pero lo único que hacen es intentar ganarse la vida”, intercede un amigo del driver. Sallé asegura no haber participado nunca del negocio de trata de personas presente en la zona, conocido en lengua hausa como Gidanbashi (casa de crédito). Se trata de una red de la que se benefician, en menor o mayor medida, desde intermediarios y conductores hasta ciertas familias y autoridades, tanto nigerinas como libias, que utilizan su poder para lucrarse. “Yo nunca he participado de eso. Tengo compañeros que lo hacen y ganan muchísimo dinero. Con un solo trayecto pueden comprarse un coche nuevo, pero para mí es haram (pecado)”, afirma. Según Hassan, residente en Libia durante diez años, “el Gidanbashi empezó cuando los migrantes decidieron coger el camino sin financiación y empezaron a entrar en las casas de crédito para llamar a sus parientes y pedir dinero para seguir el periplo”. Con el tiempo, el negocio degeneró y se convirtió en una especie de prisión, donde los migrantes son encerrados, maltratados e incluso asesinados, siendo víctimas así de un complejo entramado del que muchos sacan tajada.

Agadez se ha convertido en uno de los epicentros de tráfico de África por el que pasan todo tipo de drogas y productos ilegales hacia Europa. Los camiones, encargados de transportar las sustancias, ya sea tabaco, alcohol o cocaína, parten los viernes, mientras los migrantes, en la actualidad a bordo de pick ups, se van los lunes. El trasiego constante de una ciudad dinámica es el poso cultural de un pueblo tuareg acostumbrado a tejer puentes entre norte y sur, como ya hizo en las míticas caravanas de la Edad Media. Más tarde, el turismo propició su expansión, a través del conocimiento en artes manuales como la joyería o la herrería. Sin embargo, la presencia y actuación de grupos yihadistas a finales de los años 2000, sumió la región en una crisis profunda, después de que Francia y Occidente declararan la zona de riesgo crítico y recomendaran a sus conciudadanos no visitarla. A esa decisión muchos se agarran ahora para justificar su participación del tráfico. “Bruselas, París, Madrid, Londres, todas estas ciudades han sufrido ataques terroristas, ¿por qué a nosotros nos tienen en zona roja?”, se cuestiona un vecino de la ciudad.

“Si los occidentales quieren parar el tráfico, tienen que crear puestos de trabajo, pero no dando el dinero a Niamey, sino viniendo aquí”, asegura Sallé, en una reivindicación viva en las calles. La Unión Europea junto a la OIM ha puesto en marcha programas de integración comunitaria fomentando cooperativas de artesanos y joyeros para sacar a centenares de personas del tráfico. Sin embargo, el comercio informal continúa y se diversifica con clara connivencia política, que contribuye también al auge de migrantes por la zona. “No se les ve, pero representan un número mayor que los propios habitantes de la ciudad”, asegura Hamed. Y apostilla: “El mayor problema de Níger es la policía y la corrupción”. Ante eso, un compañero de Sallé, sentencia indignado: “Los europeos cogéis nuestra riqueza (Níger es el cuarto exportador mundial de uranio, explotado básicamente por Francia, a pesar de contar con una infraestructura eléctrica dependiente y precaria) y luego os quejáis porqué venimos a vuestros países. Pero, ¿qué queréis que hagamos?”.”

Oriol Puig (Niamey, Níger)
El País
05/09/2016


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